La ciudad-estado asiática, fortalecida económicamente por su refinería petrolera y su enorme puerto marítimo, se vanagloria de ser uno de los países con menores índices de corrupción en el mundo aunque ese número muy seguramente no tiene en cuenta las dificultades que implica ser un singapurense ejemplar.
Para serlo -y parecerlo- sus ciudadanos tienen prohibido decirle un piropo a una mujer, mencionar la palabra "bomba" en público o fumar cigarrillos extranjeros, entre otras infracciones consideradas de pésimo gusto y castigadas por la ley con penas que van desde exorbitantes multas hasta largos periodos en la cárcel.
Sin embargo, también en Singapur la amistad es un "divino tesoro", tanto que al presentar a un individuo como "mi amigo" se corre el riesgo de terminar en prisión acusado de complicidad, en la eventualidad que este cometa alguna infracción en el marco de este susceptible sistema judicial.
No vale la pena puntualizar sobre las penas reservadas a la homosexualidad o a la posesión de drogas o armas de cualquier tipo, las cuales parecerían exageradas hasta al más ortodoxo de los talibanes.
Singapur, cuyo nombre significa "ciudad de los leones", es seguramente una ciudad, de ello nadie tiene duda, pero en cuanto a los leones nadie sabe exactamente donde los tienen: si en el zoológico o en la legislatura. |